El domingo del
Puente de la Hispanidad nos desplazamos de
Madrid a
Cuenca. Yo ya estuve hace años en invierno -¡cómo nevaba! por cierto-. Visitarla en otoño -cuando los colores se amarillean por el efecto del frío nocturno pero los días aún conservan la calidez del verano- fue delicioso y aún más, conscientes de pisar por lugares donde Lobetanos, Concanos y Romanos vivieron sus días. Con el paso del tiempo, Cuenca se convirtió en un centro urbano consolidado en el que sus artesanas alfombras y el arte de cortar, pulir y grabar el marfil para hacer objetos, adquirió fama en
Al Andalus y
Toledo. Los musulmanes construyeron una fortaleza para controlar los accesos a la Serranía cuya muralla se fue ampliando a medida que aumentaba la población -llegó a tener un millar de habitantes-. En lo que hoy es la
Plaza de Mangana estaba el Alcázar, la zona de comerciantes y artesanos se centraba en la actual
Plaza Mayor y la Mezquita estaba en la actual
Catedral.