A tribute to the Ariete´s Odyssey

ARIETE (RAE). Mar. Buque de vapor, blindado y con un espolón muy reforzado y saliente, que se usaba para embestir con empuje a otras naves y echarlas a pique.

Hoy es un día muy especial en el que quiero contaros algo que forma parte de mi sistema familiar y cuyo protagonista es mi padre. Esta historia ocurrió hace ya 44 años, un 25 de febrero de 1966 en Galicia. Sobre ella se han escrito ya 3 libros y derramado chorros de tinta periodística. Yo entonces no había nacido y de lo que allí ocurriera dependía que justamente un año después yo hubiese nacido...o no.

Miremos atrás y situémonos en una España de los años 60 en la que los jóvenes pasaban dos de los mejores años de su vida en un servicio militar obligatorio. Mi padre no iba a ser menos y el destino que le tocó en suerte fue la Armada y aunque por aquel entonces la mayoría de las unidades navales eran viejos cascajos obsoletos que casi nunca salían a navegar -por lo que los “marineros” eran más de tierra que de mar- no fue así para mi padre.
A él le esperaba una de las llamadas “fragatas ligeras” -concebidas dentro del proyecto de la Clase Audaz con el objetivo inicial de ser torpederos pero que por su escasa calidad y fiabilidad se quedaron en fragata, como la ARIETE, que desde un principio fueron evidentes sus defectos y su mala condición marinera por lo que entró en dique varias veces para ser reparada y modificada.

La fragata fue botada el 24 de febrero de 1955 en aguas del Ferrol y entregada definitivamente a la Armada en diciembre de 1961, dieciséis años después de su puesta de quilla. Poseía una eslora de 94 metros y desplazaba 1552 Tns., que eran movidas por dos turbinas de vapor con una potencia de 30.800 Hp., a una velocidad máxima de 32 nudos.

Mi padre siempre me ha contado preciosas historias de los sitios donde embarcaban -en ese constante ir y venir por las costas españolas-. El era el jefe de cocina, encargado de elaborar el menú diario de la tripulación y de hacer la compra de los enseres necesarios para ello. Hombre de naturaleza sibarita donde los haya, se encargaba de este menester con extrema entrega, elaborando platos que aprendía en cada puerto según la cocina tradicional del lugar que procuraba aderezar con sus caldos correspondientes. El escaso presupuesto de la cocina del barco tampoco le supuso nunca un problema, pues como buen administrador -elemento base importantísimo de la profesión que ha tenido hasta su reciente jubilación- sabía dónde comprar lo mejor al menor precio.

Y así llegamos al 24 de febrero de 1966 cuando estando en El Ferrol, la ARIETE recibe la orden de dirigirse a Cartagena por lo que salió del puerto a las 12 de la mañana. El tiempo, que ya era fresco de mañana, fue empeorando por momentos y al llegar la altura del cabo Touriñán los vientos llevaban una fuerza de hasta 120 Km/hora, lo que provocó olas de más de 12 metros de altura. La Costa da Morte esperaba hambrienta a sus hijos como un dios Saturno cualquiera.

Como correspondía al protocolo de actuación de la marina, el comandante del Ariete y capitán de corbeta Francisco Carrasco Ruiz ordenó las medidas reglamentarias en caso de temporal, tales como reducir la velocidad de marcha. La tripulación estuvo serena y profesional, siempre a las órdenes de su comandante pero el mal tiempo y la deficiente estructura de la fragata derivaron en una serie de acontecimientos encadenados difíciles de superar.

El primer contratiempo sucedió al averiarse la giroscópica, luego las bombas que suministraban agua a las calderas comenzaron a fallar, así que a las cinco de la tarde y en el medio de un fuerte temporal difícil de gobernar el comandante toma la determinación de dirigirse a puerto seguro. Muros fue el primer destino escogido pero al final se decidieron por Marín donde podrían arreglar mas fácilmente los desperfectos en los muelles de la Escuela Naval Militar.

Pero la noche fue cayendo y el mar -cada vez más voraz- abrió un agujero en la proa del barco a la altura de un sollado de la marinería. Y así pasaron horas luchando contra un mar enloquecido carente de misericordia, animal donde los haya, enfrente de la costa de Muros, sin poder tomar tierra y asegurarse la vida.

Las ocho de la mañana los recibió a la altura de Corrubedo con las máquinas inertes por el agua que había entrado en los tanques de fuel-oil. La ARIETE estaba seriamente dañada y a la deriva en medio de gigantescas olas que la engullían sin piedad. Las averías eléctricas impidieron pedir auxilio de inmediato, la radio costera de Fisterra descubrió el horror y el petrolero de la CAMPSA Camporraso -que viajaba de Bilbao a Algeciras- intentó remolcar la fragata sin éxito y con el coste de la vida de uno de sus tripulantes. El destructor Legazpi, que llega más tarde, también intenta auxiliarlos -uno de los marineros del Legazpi perdió un brazo- pero la horrible tormenta va destruyendo por momentos la coraza del barco que se deja arrastrar hacia un embarranco seguro.

Y así, impotentes, los que observan y los de dentro, de la desdichada nave que deriva sin mando a merced de la voluntad de Poseidón, va pasando el día hasta hacerse la noche de nuevo. Estaban ahora en la playa del Ardeleiro en Lira, costa de Carnota... encallados a 200 metros de la costa, lugar donde ocurrió el milagro.

Decenas de hombres y mujeres del pueblo se fueron a la playa donde se montó un mecanismo a modo de andarivel -una cuerda fijada a los extremos por donde se fue desplazando la tripulación en grandes canastos que había a bordo- desde el barco hasta tierra. Un fuerte oleaje embestía las rocas y dos tractores eran la única que luz que les alumbraba.

Las mujeres se ataban sacos a la cintura para aguantar la presión mientras que a bordo del barco los marineros se cedían la salida unos a otros en un alarde de compañerismo inusual en tales circunstancias. La prensa de la época se hizo eco de la hazaña.

Mi padre me contó que tras 48 horas de agonía, ser salvados por una gente tan hospitalaria fue una experiencia inolvidable. Los habitantes del lugar, tras el rescate, los vistieron con ropa seca, les dieron de comer y los hospedaron hasta que el ejército se hizo cargo de ellos de nuevo. Las mujeres formaron parte de ese grupo de personas que realizaron una labor humanitaria inigualable, algunas estaban incluso embarazadas.

Yo estuve allí hace tres años por primavera. Quería reencontrarme con el espacio de un hecho que marcó la historia de mi familia. De corazón os digo que fue una experiencia sobrenatural, pasear por allí; tocar ese ancla que formó parte de la fragata; pisar por donde hacía años corrieron angustiados/as los/as lirenses para salvar a un grupo de hombres de entre los que estaba mi padre.

Sentí una mezcla de admiración, felicidad, miedo... Cerré los ojos y el viento me traía sonidos extraños, indefinidos, risas, llantos, gritos. Un espacio donde yo podría no haber estado nunca porque mi padre podría haber perdido allí su vida.

De la playa nos fuimos al pueblo -aunque primero me asomé a la Capilla del Carmen donde está el timón del barco y una réplica de la fragata- donde pregunté a un par de mujeres sobre el naufragio y dio la casualidad de que ¡una de ellas era del grupo que socorrió a los marineros!

Cuando le dije que era la hija de uno de ellos, la mujer que salía de misa, gritó al grupo, en un gallego muy cerrado, algo así -traducido al castellano-: “mira es hija de uno de los marineros del Ariete”. La gente se volvió hacia mí y me miró como si fuera una aparición y empezó a preguntarme cosas: “¿de dónde es tu padre?”, “¿vive todavía?” y me contaban detalles de la hazaña como si hubiese ocurrido el día anterior. Lo tenían tan reciente... Me sentí parte de una historia que nunca había vivido pero que era tan real como si fuese mía, aunque en realidad también era mía, a través de mi padre y eso es un misterio tan profundo e inexplicable, que el corazón me latía con mucha fuerza. Ciertamete, ese ha sido uno de los momentos más intensos de mi vida.

Hace 4 años -uno antes de que yo fuera allí- medio centenar de tripulantes de la fragata -eran 166 en total- asistieron en Carnota a un emotivo acto en el que se conmemoró el 40 aniversario de un hundimiento sin víctimas.

Aunque intentaron localizar a toda la tripulación fue complicado y mi padre se enteró cuando ya se había celebrado, a través de la prensa que se publica en Internet. De todo lo que he leído sobre el acto lo que más me ha llegado son las declaraciones que hizo el entonces regidor de Carnota, Xosé Manuel García, que comparó el siniestro de la Ariete con el del Prestige y dijo recordar "un olor similar a fuel que impregnaba todo el ambiente, así como la labor humanitaria dispensada por el vecindario en ambas ocasiones".

Y hoy es el DÍA DEL PADRE así que este post va para tí, querido papá.

Te quiero

;-)
----------------------------------