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Cinematógrafo Lumière. Sesiones cada 1/2 hora

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Así rezaba un cartel en el Salón Suizo de la calle Sierpes 27-29 del año 1896. Para concretar más, que la ocasión lo merece, fue un 16 de septiembre y la proyección se llamaba: El regador regado, una sucesión de imágenes en movimiento, entre otras las de unos obreros que salían de una fábrica o de la llegada de un tren correo, que provocaba el grito asustado de un espectador estremecido por tan mágico y amenazador momento en el que creía que la máquina se le venía encima irremediablemente. Cuentan las crónicas de la época que los sevillanos salían de la sala "dando bandazos", borrachos de imágenes cuyos efectos secundarios, provocaban caídas y torceduras de tobillos.

Era la Sevilla de finales del siglo XIX, rendida a los pies de este gran invento de los Lumière, quienes un año más tarde, dedicaron una de sus creaciones a la ciudad, la película 158 titulada Espagne: courses de taureaux I, en la que unos jóvenes daban pases de pecho a vaquillas, entrenando su suerte al destino del toreo más primitivo.

La prensa local sevillana fue testigo fiel de la evolución de este arte en la ciudad, encargándose de difundir en los diarios, los efectos del cinematógrafo en la sociedad y enfrentándolo al teatro o analizándolo como una evolución a partir de la fotografía, y presentando a los empresarios del sector que estaban repartidos, a principios del s.XX, entre los salones Gaumont e Imperial.

La sociedad iba cambiando con el comienzo de siglo y la gente, que acostumbraba a ponerse sus mejores galas para lucirse en el teatro -diversión propia de la aristocracia- dejó de "arreglarse" para acudir al cine -actividad más propia de burgueses- que primero se disfrutaba en los llamados Salones y cafés, donde confluía con los espectáculos de variedades: Salón Suizo, en Sierpes; Palacio Edén, Rougue, París, Café Nuevo, Café Novedades, en La Campana; Café de Lombardos, en calle Tetuán.

llorens+1930+interiorInterior del cine teatro Llorens a principios de siglo XX

El "espectáculo de moda", como lo llamaba la prensa en el año 1905, se convirtió en la nueva forma cultural de ocio familiar que pasó del exceso y la fiesta de los Salones -donde proliferaba la delincuencia a modo de prostitución e incluso asesinatos- a la cordura y sobriedad de las Salas de Cine: San Fernando -el de más categoría-; Duque -el de peor fama-; el Cervantes -en la calle Amor de Dios y que aún se conserva, único cine-teatro de la época-; el Eslava -derribado para construir el actual Hotel Alfonso XIII-; el Álvarez Quintero -actual sede de Cajasol-; el Imperial de la calle Sierpes -donde hoy hay una librería-; el Llorens, también en Sierpes, -que ahora es un salón de juegos- y el Pathé Cinema -visitados por las clases más pudientes-. Se consolida así la exhibición pública en locales permanentes y durante todo el año.

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Mención especial requieren los "cuadros" que era como se les llamaba a los cines de verano de principios del s. XX instalados en la Alameda de Hércules, muy populares, menos serios y más ruidosos. Las cintas eran mudas y un pianista acompañaba a las imágenes imprimiendo un ritmo distinto según la escena. Mi abuela paterna me contó que ella se ganaba unos "durillos" de niña acompañando a una vecina ciega a los cuadros de la Alameda. Su misión era leerle los títulos a la vez que detallarle la narración fílmica. "Esas mágicas noches de mi infancia..."- apostillaba antes de un suspiro embriagado de felicidad por tan entrañable recuerdo.

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Teatro Duque a la derecha, enfrente la Plaza del Duque y el Palacio Sánchez Dalp

Y Sevilla se funde culturalmente con el medio cinematográfico internacional deleitándose con las visiones del mundo que le llegan del celuloide americano: Chaplin versus Greta Garbo. Vidas de ficción procedentes de los estudios Fox, Metro o Paramount. La prensa sevillana promociona las cintas a través de la publicidad y de las críticas cinematográficas. Las salas se llenan de un público fiel al ritual del cine que en 1930 podrá añadir a su disfrute el sonido, siendo pionero el Teatro Llorens y al que le siguieron el Pathé Cinema y el Salón Imperial.

La Guerra Civil no consigue arrancar a Sevilla su afición al cine y ahora incluso celebramos un Festival anual. Pero los tiempos han cambiado y qué difícil es encontrar salas que, sin renunciar a una mediana calidad de imagen y sonido, tengan ese sello de antaño, familiar, con ambigú que huele a palomitas caseras y donde te sientes rodeado de gente amable y cercana, no-anónima. ¿Verdad?


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Fotos: David Sánchez


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1 comentario :

Delikat Essences dijo...

Ah que maravilla, pues ahora resulta que estamos hermanadas a través de un post y no sólo de la ciudad :-)

Gracias por compartir estas maravillas.